Mi última aventura turística me ha llevado hasta la bella Marsella, en la Provenza francesa.
Marsella es la ciudad más antigua de Francia, bañada por el Mediterráneo y con una gran herencia histórica; colonizada tanto por los griegos como por el Imperio Romano, posteriormente. Cabe también destacar su peso en la historia contemporánea, por la influencia que tuvo en la Revolución Francesa de 1789: quinientos voluntarios marcharon a París en 1792 para defender el gobierno revolucionario; en su marcha cantaban una canción, La Marsellesa, que se convertiría en el himno nacional de Francia.
Tras esta breve introducción histórica, paso a enumerar los principales puntos de interés turístico de la ciudad, que no son pocos. Para visitarla cómodamente serían suficientes tres días, que son los que yo empleé y considero que no me dejé muchas cosas sin ver.
Probablemente, lo primero que el viajero contemplará de Marsella es su estación de tren (y anexa, estación de autobuses). El edificio de la estación St. Charles se encuentra en una colina, lugar privilegiado que permite al recién llegado asomarse a la ciudad, como si de un enorme balcón se tratara, saludando por vez primera a la urbe.
Cerca de la estación se encuentra uno de los lugares más bellos de toda Marsella, el Palais Longchamp, en el que se ubica el Museo de Bellas artes por un lado y el Museo de Historia Natural por otro, así como un jardín botánico. El monumento, inaugurado en 1869, tiene como origen la conmemoración de la construcción de un canal que abastecía de agua a la ciudad, por lo que el agua es su elemento protagonista a través de las imponentes fuentes que lo componen.
Una de las principales calles de Marsella, que une la zona más moderna con la parte antigua es La Canebière, donde se pueden encontrar la mayoría de las tiendas de ropa, algunos restaurantes, así como la oficina de información turística. La citada calle desemboca en el puerto viejo (Vieux Port), repleto de pequeños barcos veleros y yates, donde el azul del mar y del cielo, contrastan con el dorado de los edificios, dándole ese aura de calidez evocadora de épocas pasadas. En una de las márgenes del puerto (a la derecha según accedes desde la Canebière) se encuentra el Ayuntamiento (Hôtel de Ville); continuando por la misma, en el final del dique, se ubica el fuerte St. Jean, que acoge el denominado MUCEM (Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo). El complejo se haya formado por la citada fortaleza, desde la cual se pueden contemplar unas magníficas vistas de la ciudad y del puerto, así como de otros edificios ubicados en el malecón J4 del puerto de Marsella y el barrio de la Joliette, cuya arquitectura hace un juego de contrastes muy interesante.
A pocos metros, se erige la Basílica de Santa María la Major, edificio de estilo románico-bizantino. Su interior es muy interesante, ya que el dorado de sus cúpulas y los tonos cálidos de los mármoles nos aproximan más a oriente que a una iglesia occidental, convirtiéndola en una catedral única en Francia. Fue construida en la segunda mitad del siglo XIX, entre los años 1852 y 1893, sobre los restos de la antigua catedral románica.
En la misma zona se encuentra uno de los barrios más turísticos y con más encanto de Marsella, le Panier, repleto de pequeñas tiendas artesanales, pastelerías y cafés muy típicos. Pasear por sus calles es una experiencia bastante grata, pues te invade una sensación de que el tiempo se detuvo años atrás. Sin salir de este barrio, otro de los monumentos de interés de la ciudad es La Charité, edificio del siglo XVIII, que actúa como centro cultural, con museos, restaurantes, cine, así como diversas exposiciones temporales y actividades a lo largo del año.
Volviendo al Vieux Port, recorremos su margen izquierda, donde se encuentra la Abadía de San Víctor, fundada en el siglo V cerca de las tumbas de los mártires de Marsella, entre los que se encontraba San Víctor, que le da nombre a la abadía. El monasterio fue disuelto durante la Revolución Francesa, siendo despojado de sus tesoros y destruyéndose su claustro; no obstante, se conservaron la iglesia y la cripta.
El fuerte de San Nicolás y el Palais du Pharo se encuentran muy próximos a la citada abadía. Sin embargo, no entraré en detalles puesto que, siendo sincera, no tuve oportunidad de visitarlos.
Ubicada sobre una colina a 162 metros de altura, Notre-Dame de la Garde corona la ciudad de Marsella. Se trata de una basílica menor, de estilo neo-bizantino y un lugar de culto para los pescadores marselleses. Constituye una de las imágenes más características de Marsella y desde ella pueden contemplarse unas extraordinarias vistas de la ciudad y de las islas. Para llegar hasta ella hay que caminar por una escarpada cuesta, así como un tramo de escaleras, pero el esfuerzo merecerá la pena al visitante.
Otro de los lugares imprescindibles de Marsella es el Castillo de If. Para llegar hasta él es necesario tomar un barco desde el puerto viejo, puesto que se encuentra ubicado en una de las islas próximas a la ciudad, en el archipiélago de Frioul . El Castillo de If es una prisión construida entre 1527 y 1529. Hay bastantes leyendas acerca de los personajes que fueron encarcelados en ella, que incluyen al hombre de la máscara de hierro o al marqués de Sade.
Sin embargo, la gran celebridad del Castillo de If se debe al escritor Alejandro Dumas quien, en su novela de El Conde de Montecrito, encierra a su personaje principal (Edmundo Dantés) en la prisión. Para los amantes de la novela de Dumas, como yo, es una visita obligada.
Marsella también tiene una gran oferta en cuestión de museos. Entre ellos se pueden destacar el Museo de Bellas Artes, ubicado en el Palacio Longchamp; el Museo de Artes Decorativas, en el Palacio Borély; Museo de Arte Contemporáneo; la cité radieuse de le Corbusier; o el MUCEM y el museo ubicado en La Charité, citados anteriormente, entre otros.
En cuanto a mi percepción personal sobre la ciudad, Marsella es una ciudad con mucha vida, repleta del bullicio propio del Mediterráneo. El único aspecto negativo es la suciedad de algunas zonas, hecho que podría restar algo de interés o suponer algún inconveniente al viajero; no obstante, ello no impide captar la esencia de la ciudad, puesto que el atractivo de las ciudades históricas reside en ese sabor rancio y antiguo que desprenden sus calles y sus fachadas sin encalar.
Un saludo.