viernes, 27 de julio de 2012

El arte de "cómo no hacer las cosas" según Charles Dickens

Hace ya algún tiempo pude conseguir una de las grandes obras del gran Charles Dickens, "La pequeña Dorrit". En esta novela, situada en el Londres del siglo XIX, Dickens relata las desventuras de Amy Dorrit, una joven muchacha nacida en la prisión de deudores de Marshalsea, donde su padre es uno de los presos más antiguos. La pequeña Dorrit es una joven humilde, tímida y trabajadora que siempre antepone al bienestar de su familia a sus propias necesidades y anhelos y que trabaja  como costurera a espaladas de su padre, para que éste tenga un trozo de pan que llevarse a la boca. El otro personaje principal es Arthur Clennam, que vuelve a Londres tras pasar más de veinte años en China, trabajando en los negocios de la familia. Cuando regresa a casa de su madre, quien lo recibe de la manera más fría que se pueda imaginar, conoce a la pequeña Dorrit, se interesa por ella e intenta ayudarla.

La anterior sinopsis no es demasiado expresiva del contenido de esta obra, pero ello se debe a que no es de la novela en sí de la que quiero hablar en este artículo, sino de unos de sus pasajes. El único fin de mi introducción es poner en antecedentes a quien desconozca esta obra, que toda persona ajena a "La pequeña Dorrit" consiga "ubicarse".

En la novela, Dickens habla del llamado "Negociado de Circunloquios", con el cual hace referencia al entramado burocrático, que se puede identificar con la Administración de cualquier país. Se puede observar que ya desde su denominación, Dickens ha querido criticar la falta de eficiencia y la lentitud de los burócratas y políticos que se encargan de tal Negociado, pues "circunloquio" significa, de acuerdo con la RAE: «rodeo de palabras para dar a entender algo que hubiera podido expresarse más brevemente». Y es sobre este Negociado de Circunloquios del que trata el pasaje del que quiero hablar, el cual procedo a transcribir:
"El Negociado de Circunloquios (como todo el mundo sabe sin que se lo tengan que decir) era el Negociado más importante del gobierno. Ningún asunto público podía resolverse en ningún momento sin el visto bueno del Negociado de Circunloquios. Era igualmente imposible hacer el bien más sencillo o deshacer el más sencillo de los males sin la autorización expresa del Negociado de Circunloquios (...)
Esta gloriosa institución había aparecido muy pronto, cuando se reveló con claridad a los hombres de Estado un principio sublime relacionado con el difícil arte de gobernar un país. Fue la primera en estudiar esa brillante revelación y en trasladar su reluciente influencia a todos los procedimientos oficiales. Cuando se tenía que hacer algo, fuera lo que fuere, el Negociado de Circunloquios se adelantaba a todos los departamentos públicos con el arte de descubrir «cómo no hacer las cosas» (...).
Es cierto que «cómo no hacer las cosas» era el objeto de estudio de todos los departamentos públicos y de los políticos profesionales de entorno del Negociado de Circunloquios. Es cierto que cada nuevo primer ministro y cada nuevo gobierno, que habían alcanzado sus cargos porque sostenían la necesidad de que se hicieran algunas cosas, en cuanto tenían poder aplicaban todas sus facultades en descubrir «cómo no hacer las cosas». Es cierto que en el mismo momento en que terminaban unas elecciones generales, los hombres electos que antes habían despotricado en la palestra por algo que no se había hecho, y que habían rogado a los amigos del honorable caballero, de ideas contrarias a las suyas, expuesto a una acusación formal por incumplimiento, que les explicara por qué no se había hecho, y que habían afirmado repetidas veces que tenía que haberse hecho y que se habían comprometido a hacerlo, empezaban a pensar en «cómo no hacerlo» de inmediato. Es cierto que los debates de ambas Cámaras del Parlamento dedicaban todas sus sesiones a la deliberación prolongada de «cómo no hacer las cosas» (...).
Porque el Negociado de Circunloquios avanzaba de un modo mecánico, día tras día, manteniendo en movimiento esa rueda maravillosa del estadista que se llama «cómo no hacer las cosas». Porque el Negociado de Circunloquios se abalanzaba sobre cualquier funcionario mal aconsejado que pretendiera hacer algo o que,por algún pasmoso accidente, estuviera en remoto peligro de hacer algo; y con un escrito, un memorándum y una circular terminaba con él. Era este espíritu de eficacia nacional del Negociado de Circunloquios lo que lo había llevado gradualmente a tener algo que ver con todo."

Este texto, que fue escrito en 1857, refleja una situación política que no es muy diferente de la actual: cuando un partido está en la oposición critica al partido que gobierna, pero cuando llega al poder, hace lo mismo que el que estaba anteriormente...independientemente del color o ideología de cada uno, al final el resultado sigue siendo el mismo: todos se afanan en averiguar «cómo no hacer las cosas», mientras somos la población quien soporta las consecuencias de sus decisiones.

No quiero que se me identifique con una u otra ideología política, porque sinceramente, ni yo misma lo hago. Simplemente quería compartir este fragmento de "La pequeña Dorrit"; al leerlo sentí que la crítica que Dickens realizaba a la política del siglo XIX podía aplicarse perfectamente al momento actual, lo cual me lleva a pensar que, respecto a algunas cuestiones, en siglo y medio no hemos evolucionado tanto como creíamos.

Tras este artículo un poco más serio de lo normal, quiero concluir señalando que "La pequeña Dorrit" es una gran obra y, cuando termine su lectura, escribiré sobre ella, porque la historia que encierran sus páginas bien merece un artículo. No obstante, puedo adelantar que mi crítica será favorable.


Un saludo.