viernes, 29 de agosto de 2014

Marsella, capital de la Provenza

Mi última aventura turística me ha llevado hasta la bella Marsella, en la Provenza francesa. 

Marsella es la ciudad más antigua de Francia, bañada por el Mediterráneo y con una gran herencia histórica; colonizada tanto por los griegos como por el Imperio Romano, posteriormente. Cabe también destacar su peso en la historia contemporánea, por la influencia que tuvo en la Revolución Francesa de 1789: quinientos voluntarios marcharon a París en 1792 para defender el gobierno revolucionario; en su marcha cantaban una canción, La Marsellesa, que se convertiría en el himno nacional de Francia.

Tras esta breve introducción histórica, paso a enumerar los principales puntos de interés turístico de la ciudad, que no son pocos. Para visitarla cómodamente serían suficientes tres días, que son los que yo empleé y considero que no me dejé muchas cosas sin ver. 

Probablemente, lo primero que el viajero contemplará de Marsella es su estación de tren (y anexa, estación de autobuses). El edificio de la estación St. Charles se encuentra en una colina, lugar privilegiado que permite al recién llegado asomarse a la ciudad, como si de un enorme balcón se tratara, saludando por vez primera a la urbe.  

Cerca de la estación se encuentra uno de los lugares más bellos de toda Marsella, el Palais Longchamp, en el que se ubica el Museo de Bellas artes por un lado y el Museo de Historia Natural por otro, así como un jardín botánico. El monumento, inaugurado en 1869, tiene como origen la conmemoración de la construcción de un canal que abastecía de agua a la ciudad, por lo que el agua es su elemento protagonista a través de las imponentes fuentes que lo componen.



Una de las principales calles de Marsella, que une la zona más moderna con la parte antigua es La Canebière, donde se pueden encontrar la mayoría de las tiendas de ropa, algunos restaurantes, así como la oficina de información turística. La citada calle desemboca en el puerto viejo (Vieux Port), repleto de pequeños barcos veleros y yates, donde el azul del mar y del cielo, contrastan con el dorado de los edificios, dándole ese aura de calidez evocadora de épocas pasadas. En una de las márgenes del puerto (a la derecha según accedes desde la Canebière) se encuentra el Ayuntamiento (Hôtel de Ville); continuando por la misma, en el final del dique, se ubica el fuerte St. Jean, que acoge el denominado MUCEM (Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo). El complejo se haya formado por la citada fortaleza, desde la cual se pueden contemplar unas magníficas vistas de la ciudad y del puerto, así como de otros edificios ubicados en el malecón J4 del puerto de Marsella y el barrio de la Joliette, cuya arquitectura hace un juego de contrastes muy interesante.

A pocos metros, se erige la Basílica de Santa María la Major, edificio de estilo románico-bizantino. Su interior es muy interesante, ya que el dorado de sus cúpulas y los tonos cálidos de los mármoles nos aproximan más a oriente que a una iglesia occidental, convirtiéndola en una catedral única en Francia. Fue construida en la segunda mitad del siglo XIX, entre los años 1852 y 1893, sobre los restos de la antigua catedral románica.




En la misma zona se encuentra uno de los barrios más turísticos y con más encanto de Marsella, le Panier, repleto de pequeñas tiendas artesanales, pastelerías y cafés muy típicos. Pasear por sus calles es una experiencia bastante grata, pues te invade una sensación de que el tiempo se detuvo años atrás. Sin salir de este barrio, otro de los monumentos de interés de la ciudad es La Charité, edificio del siglo XVIII, que actúa como centro cultural, con museos, restaurantes, cine, así como diversas exposiciones temporales y actividades a lo largo del año.
Volviendo al Vieux Port, recorremos su margen izquierda, donde se encuentra la Abadía de San Víctor, fundada en el siglo V cerca de las tumbas de los mártires de Marsella, entre los que se encontraba San Víctor, que le da nombre a la abadía. El monasterio fue disuelto durante la Revolución Francesa, siendo despojado de sus tesoros y destruyéndose su claustro; no obstante, se conservaron la iglesia y la cripta.
El fuerte de San Nicolás y el Palais du Pharo se encuentran muy próximos a la citada abadía. Sin embargo, no entraré en detalles puesto que, siendo sincera, no tuve oportunidad de visitarlos.

Ubicada sobre una colina a 162 metros de altura, Notre-Dame de la Garde corona la ciudad de Marsella. Se trata de una basílica menor, de estilo neo-bizantino y un lugar de culto para los pescadores marselleses. Constituye una de las imágenes más características de Marsella y desde ella pueden contemplarse unas extraordinarias vistas de la ciudad y de las islas. Para llegar hasta ella hay que caminar por una escarpada cuesta, así como un tramo de escaleras, pero el esfuerzo merecerá la pena al visitante.

Otro de los lugares imprescindibles de Marsella es el Castillo de If. Para llegar hasta él es necesario tomar un barco desde el puerto viejo, puesto que se encuentra ubicado en una de las islas próximas a la ciudad, en el archipiélago de Frioul . El Castillo de If es una prisión construida entre 1527 y 1529. Hay bastantes leyendas acerca de los personajes que fueron encarcelados en ella, que incluyen al hombre de la máscara de hierro o al marqués de Sade.
Sin embargo, la gran celebridad del Castillo de If se debe al escritor Alejandro Dumas quien, en su novela de El Conde de Montecrito, encierra a su personaje principal (Edmundo Dantés) en la prisión. Para los amantes de la novela de Dumas, como yo, es una visita obligada.

Marsella también tiene una gran oferta en cuestión de museos. Entre ellos se pueden destacar el Museo de Bellas Artes, ubicado en el Palacio Longchamp; el Museo de Artes Decorativas, en el Palacio Borély; Museo de Arte Contemporáneo; la cité radieuse de le Corbusier; o el MUCEM y el museo ubicado en La Charité, citados anteriormente, entre otros.

En cuanto a mi percepción personal sobre la ciudad, Marsella es una ciudad con mucha vida, repleta del bullicio propio del Mediterráneo. El único aspecto negativo es la suciedad de algunas zonas, hecho que podría restar algo de interés o suponer algún inconveniente al viajero; no obstante, ello no impide captar la esencia de la ciudad, puesto que el atractivo de las ciudades históricas reside en ese sabor rancio y antiguo que desprenden sus calles y sus fachadas sin encalar.


Un saludo.








martes, 8 de abril de 2014

Entre el cielo y el infierno

El pasado domingo se celebró con gran éxito, el primer Certamen Literario organizado por La Open Gallery, en el cual tuve el gusto de participar (gracias chicos por dejarme colaborar). Bajo el título "Entre el cielo y el infierno", se expusieron varios textos que confrontaban la religión con diversos temas de actualidad, como los derechos humanos, el aborto, la ciencia... Quiero compartir mi texto, sobre la vida después de la muerte, con todos aquellos que no pudieron asistir. 

La muerte se presenta cual ave carroñera que sobrevuela nuestras vidas, esperando el momento idóneo para cernirse sobre nuestras cabezas, como buitre sobre su presa.

¿Qué es la muerte sino el verdadero significado de la vida? ¿Qué es la muerte, sino la última y más certera fase de nuestra existencia?

La vida en sí misma carecería de valor, de interés o de aliciente alguno si no tuviera un final determinado. Si pudiéramos posponer todas nuestras decisiones importantes para un futuro incierto que nunca llegaría, ¿realmente merecería la pena vivir?

El riesgo de perder una cosa es lo que nos hace valorarla más, así como la certeza de que algún día moriremos es lo que nos empuja a levantarnos cada mañana, espoleándonos a luchar por nuestros sueños, incitándonos a amar, sentir, odiar, reír o llorar... en definitiva, a vivir.

Una duda atenaza mi espíritu: ¿por qué necesita el ser humano la existencia de una vida post mortem? ¿La avaricia del hombre no se ve satisfecha con una vida plena? Y la respuesta que hallo, habitualmente es negativa. Todas las creencias tienen sus teorías al respecto sobre ese “otro lado”.

Cielo e infierno son conceptos antagónicos recurrentes que se repiten continuamente. Basándonos en enseñanzas y doctrinas teológicas, culturales y tradicionales, la principal razón de nuestras “buenas obras”, en resumidas cuentas, debe ser evitar la condenación eterna o granjearnos un pase al paraíso.

Motivación interesada que desvirtúa cualquier acto espontáneo de bondad, generosidad o compasión que pudiera albergar el corazón humano. Nuestros actos altruistas dejan de ser desinteresados. Deberíamos actuar para mejorar nuestro mundo, sin importar lo que pudiera pasar en el “más allá”. Si no somos capaces de actuar como es debido en la vida presente, que conocemos y de la que somos conscientes, ¿cómo asegurar que nos comportaremos mejor en otra hipotética vida?

Independientemente de nuestras creencias, el paso del tiempo se escapa a nuestro control; es una fuerza que corre en nuestra contra desde la primera inhalación. La vida, algo que creemos tan nuestro, se nos escapa como arena entre los dedos, lenta y sigilosamente… fugándose sin que podamos hacer nada por evitarlo.

Por mucho que queramos, no podemos controlar nuestro tiempo, es un hecho que debemos aceptar. Como no nos rendimos ante algo que escapa de nuestro control, es por lo que creemos firmemente en la existencia de otra vida post mortem; aferrándonos a la existencia de un “algo más” que compense la vacuidad e insipidez de nuestra vida terrenal. Y en esa creencia de una vida eterna incierta, desperdiciamos miles de instantes hermosos; por no saber disfrutar de esos momentos fugaces que hacen que la vida merezca ser vivida.

No tenemos suficiente con una vida, buscamos la eternidad… ¿para qué? Sólo espero que no sea para seguir arrastrando las miserias y calamidades que arrastramos en la vida terrenal, porque si es así, yo no la quiero.

Ama intensamente, sueña a lo grande, odia, trabaja duro, desespérate a veces por no conseguir lo que quieres, llora desconsoladamente, ríe con todas tus fuerzas… pero no guardes nada para el otro mundo. Consúmete en el presente y deja tu huella en las personas que te rodean. Es la única forma de mantener viva tu alma inmortal.

El recuerdo que los demás tengan de nosotros es la mejor recompensa que podemos tener sobre nuestra vida. Que nuestro último aliento respire paz y tranquilidad por haber disfrutado de una vida plena.

“¿Morirme? Es lo último que pienso hacer en la vida”.



Verónica Villarejo Medina

viernes, 28 de marzo de 2014

La huella blanca

La Huella Blanca es una novela histórica ambientada en la Irlanda celta del siglo V d.C. La historia comienza cuando Bróenán, jefe de una tribu irlandesa decide llevarse al hijo del jefe de la tribu enemiga, tras una batalla en la que acaban con la vida de todos los miembros de la misma. 

El "niño robado", Ciarán, es criado por Bróenán como si fuera su propio hijo. El joven desconocerá sus orígenes hasta ya entrada la adolescencia, lo que provocará su ira para con la que había sido su familia y su repentina marcha de la tribu, exiliándose en búsqueda de su lugar en el mundo, intentando hallar el modo de poder casarse con el amor de su vida, Olwen.

Aunque parte de una premisa y una base sencilla, como es el amor y las rencillas familiares y tribales, La huella blanca es una novela que merece la pena porque es muy descriptiva y didáctica acerca de la vida celta. A través de las aventuras y desventuras de Ciarán y Olwen, nos muestra cómo eran las rutinas y costumbres de los pueblos irlandeses de aquella época: la importancia de los animales, su relación con los dioses y diosas, la estructura jerárquica y la forma en que se ejercía el poder en los poblados, las relaciones paterno-filiales y matrimoniales, festividades, tributos, así como la entrada del cristianismo en Irlanda. Así, por ejemplo, una de las festividades más importantes era Samain, fecha en la que comenzaba en invierno y que simbolizaba la caída del velo ente el mundo de los vivos y de los muertos... lo que en la cultura anglosajona actual se conoce como Halloween o, en nuestra tradición patria, la noche de difuntos.

La huella blanca cuenta una historia de amor, de búsqueda de la propia esencia, de espera y de evolución personal. El amor de Ciarán y Olwen es tan intenso que no se ve afectado por el paso del tiempo, es capaz de vencer los obstáculos que la vida les interpone. A través de las páginas de esta novela se ve cómo los personajes van evolucionando, comienzan siendo unos niños y somos testigos de su  madurez, al superar las duras pruebas que la vida les interpone.

Por otro lado, la novela también hace mención a la introducción del cristianismo en la Irlanda celta, a través de pequeñas comunidades que se asentaban en las tribus autóctonas. Así, aparece como uno de los personajes secundarios Patricio, un joven cristiano que es secuestrado por Ciarán y que será vendido como esclavo a los irlandeses... el mismo que pasará a convertirse en San Patricio.

Como conclusión, tras este breve análisis de la novela, La huella blanca es una lectura totalmente recomendable a los amantes de Irlanda y la cultura celta, dada la riqueza de sus descripciones y explicaciones. Es una buena forma de aprender un poco más sobre la isla esmeralda, de una forma amena y relajada.

Un saludo.