El pasado domingo se celebró con gran éxito, el primer Certamen Literario organizado por La Open Gallery, en el cual tuve el gusto de participar (gracias chicos por dejarme colaborar). Bajo el título "Entre el cielo y el infierno", se expusieron varios textos que confrontaban la religión con diversos temas de actualidad, como los derechos humanos, el aborto, la ciencia... Quiero compartir mi texto, sobre la vida después de la muerte, con todos aquellos que no pudieron asistir.
La muerte se presenta cual ave
carroñera que sobrevuela nuestras vidas, esperando el momento idóneo para
cernirse sobre nuestras cabezas, como buitre sobre su presa.
¿Qué es la muerte sino el verdadero
significado de la vida? ¿Qué es la muerte, sino la última y más certera fase de
nuestra existencia?
La vida en sí misma carecería de
valor, de interés o de aliciente alguno si no tuviera un final determinado. Si
pudiéramos posponer todas nuestras decisiones importantes para un futuro
incierto que nunca llegaría, ¿realmente merecería la pena vivir?
El riesgo de perder una cosa es lo
que nos hace valorarla más, así como la certeza de que algún día moriremos es
lo que nos empuja a levantarnos cada mañana, espoleándonos a luchar por nuestros
sueños, incitándonos a amar, sentir, odiar, reír o llorar... en definitiva, a
vivir.
Una duda atenaza mi espíritu: ¿por
qué necesita el ser humano la existencia de una vida post mortem? ¿La avaricia del hombre no se ve satisfecha con una vida
plena? Y la respuesta que hallo, habitualmente es negativa. Todas las creencias
tienen sus teorías al respecto sobre ese “otro lado”.
Cielo e infierno son conceptos
antagónicos recurrentes que se repiten continuamente. Basándonos en enseñanzas
y doctrinas teológicas, culturales y tradicionales, la principal razón de
nuestras “buenas obras”, en resumidas cuentas, debe ser evitar la condenación
eterna o granjearnos un pase al paraíso.
Motivación interesada que desvirtúa
cualquier acto espontáneo de bondad, generosidad o compasión que pudiera
albergar el corazón humano. Nuestros actos altruistas dejan de ser
desinteresados. Deberíamos actuar para mejorar nuestro mundo, sin importar lo
que pudiera pasar en el “más allá”. Si no somos capaces de actuar como es
debido en la vida presente, que conocemos y de la que somos conscientes, ¿cómo
asegurar que nos comportaremos mejor en otra hipotética vida?
Independientemente de nuestras
creencias, el paso del tiempo se escapa a nuestro control; es una fuerza que
corre en nuestra contra desde la primera inhalación. La vida, algo que creemos tan
nuestro, se nos escapa como arena entre los dedos, lenta y sigilosamente…
fugándose sin que podamos hacer nada por evitarlo.
Por mucho que queramos, no podemos
controlar nuestro tiempo, es un hecho que debemos aceptar. Como no nos rendimos
ante algo que escapa de nuestro control, es por lo que creemos firmemente en la
existencia de otra vida post mortem;
aferrándonos a la existencia de un “algo más” que compense la vacuidad e
insipidez de nuestra vida terrenal. Y en esa creencia de una vida eterna
incierta, desperdiciamos miles de instantes hermosos; por no saber disfrutar de
esos momentos fugaces que hacen que la vida merezca ser vivida.
No tenemos suficiente con una vida,
buscamos la eternidad… ¿para qué? Sólo espero que no sea para seguir
arrastrando las miserias y calamidades que arrastramos en la vida terrenal,
porque si es así, yo no la quiero.
Ama intensamente, sueña a lo grande,
odia, trabaja duro, desespérate a veces por no conseguir lo que quieres, llora
desconsoladamente, ríe con todas tus fuerzas… pero no guardes nada para el otro
mundo. Consúmete en el presente y deja tu huella en las personas que te rodean.
Es la única forma de mantener viva tu alma inmortal.
El recuerdo que los demás tengan de
nosotros es la mejor recompensa que podemos tener sobre nuestra vida. Que
nuestro último aliento respire paz y tranquilidad por haber disfrutado de una
vida plena.
“¿Morirme? Es lo último que pienso
hacer en la vida”.
Verónica
Villarejo Medina